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2° Comunicado Exposiciones del tercer piso

2/Ene/2014

Hemos subido a la página un primer comunicado que debiera servir de guía para la visita de las exposiciones en las salas del tercer piso. Es un comunicado perentorio, como si fuera una noticia excepcional. ¡Y qué más excepcional que visitar una exposición de pintura en el comienzo de un verano especial!. El…

Hemos subido a la página un primer comunicado que debiera servir de guía para la visita de las exposiciones en las salas del tercer piso. Es un comunicado perentorio, como si fuera una noticia excepcional. ¡Y qué más excepcional que visitar una exposición de pintura en el comienzo de un verano especial!.

El primer comunicado tenía por objeto señalar algunas pistas para que los visitantes, de regreso a sus casas, “googlearan” los nombres allí mencionados. ¡Que palabra más horrorosa! Pero ni modo. Busquen esos nombres: al menos, los de Grunewald y Holbein.

Después, Opazo. De Smythe van a encontrar muy poco. Las referencias que entregué son casi exclusivas.

Ahora les remito el segundo comunicado, relativo a la pintura de Camilo Ambrosio y a su relación con la pintura y la sepultura. De todo esto ya hablé una vez, cuando hice el primer seminario en el Parque. El tema es crucial y ya está expuesto en un libro magistral, que todo interesado en ciencias humanas debiera tener en cuenta. Es un libro de Edgar Morin, titulado El paradigma perdido. Ahí hay un capítulo que lleva el título de Pintura y sepultura. Pero el tema es retomado por Jean Paris, en un opúsculo que lleva el extraño títulillo de La paradoja del conservador. Lo que hay que decir que esta es una transposición de otro título, esta vez de Rousseau, que se llama La paradoja del comediante. De ahí, entonces, Jean Paris saca este título para hablar del conservador, pero más que nada, del curador. Lo que pasa es que reproduce el análisis de Edgar Morin sobre pintura y sepultura. ¿Ven como una cosa lleva a la otra? En este encadenamiento de títulos, lo que importa es que el origen de la pintura tiene que ver con la conjura del miedo ante la muerte. Y nótese que esto no es curso académico, sino una serie de indicaciones para que se tomen el trabajo de “googlear” las referencias y puedan confeccionar un mapa de relaciones.

¿Para qué hacemos exposiciones? Para que el público regrese a casa y se siente frente a un computador para buscar estas referencias y confeccionen un mapa de relaciones. Es bueno repetirlo de este modo, porque esta es la manera de saber para qué sirve una exposición. No solo para ver, sino para ponerse a leer.

Ponerse a leer, en Valparaíso, sobre pintura y sepultura. ¿Por qué no? Para conjurar nuestra angustia ante la muerte. Eso viene de Altamira. No es que un graffitero sea comparable a un hombre del paleolítico, en el sentido que este último es mucho más elaborado, sino que es lo más cercano a la expresión de una angustia porteña por la muerte; o sea, la pérdida. El graffitero porteño es el agente sintomal de lo perdido.

Pero a propósito de Camilo Ambrosio, lo que su pintura instala es una cierta dolorosa tecnología del retrato. Bien. ¿Por qué usar palabras como “dolorosa tecnología”?  Para ir de un texto a otro y doblegar las referencias. Nuevamente, Jean Paris, que fuera director del Museo Picasso, en Paris, quien acudirá en nuestra ayuda. Es cosa de buscar en su libro Elogio de lo visible, el capítulo dedicado a Cartier-Bresson, Los colores entre vida y muerte. Si, si, si, muchas obras de arte se resisten al color. Colores de la vida y de la muerte.

Me adelanto: Jean Paris explica un pasaje de Plinio el Viejo, en que habla del color ocre. En una tumba neanderthaliana, se descubrió que los huesos estaban cubiertos con pigmento ocre. Ahí comienza la pintura. Encubrimiento simbólico para señalar la separación entre la vida y la muerte.