1/Oct/2012
El viernes 5 de octubre tendrá lugar, en la sala del Seminario de Arte Contemporáneo, que he venido dictando todos los jueves a las 19 horas, desde comienzos de año, el visionado en video del documental de Claude Lanzmann, Shoah, realizado en 1985. Se trata de una obra de nueve…
El viernes 5 de octubre tendrá lugar, en la sala del Seminario de Arte Contemporáneo, que he venido dictando todos los jueves a las 19 horas, desde comienzos de año, el visionado en video del documental de Claude Lanzmann, Shoah, realizado en 1985. Se trata de una obra de nueve horas y media de duración. Por eso, la acción institucional del seminario consiste en realizar el visionado durante todo el día, desde las 10 de la mañana, en forma ininterrumpida. Digo que es una acción institucional porque el Parque Cultural de Valparaíso es, entre otras cosas, un lugar de memoria. En efecto, este es un lugar de memoria carcelaria, de memoria política, de memoria de las autonomías del movimiento social. Todas estas memorias se condensan en un presente singularmente estratificado. Por eso, el visionamiento de Shoah ocurre en los días de cierre de la exposición Alzheimer, que se ha exhibido en la sala de artes visuales.
A nadie, este título ha podido dejar indiferente, porque remite de inmediato a una realidad estricta, una enfermedad, y a una realidad expandida, una metáfora. Una metáfora del trabajo de olvido; es decir, del olvido, como trabajo de memoria. Justamente, en el debate actual sobre comprensiones y puestas en perspectiva, de lo que más se habla es de la falta de memoria. Paradojalmente, esa es la frase que más se nos recuerda. El problema es que no podemos escapar a la tensión entre Memoria y Repetición. Como escribe Freud, la repetición no es más que una memoria que es posible solamente porque adopta la forma del olvido. El olvido, entonces, no puede ser leído como una simple negación del recuerdo. La memoria recuerda lo que debe olvidar. LA historia se produce, como si dijéramos, dos veces; la primera como tragedia, la segunda como farsa. Hay una diferencia entre la una y la otra; un leve desplazamiento de género, desde la tragedia a la farsa. Ya saben, los antiguos, que esta es una frase que proviene de un texto de Marx: El 18 Brumario de Luis Bonaparte. La referencia a esta obra resulta inevitable a la hora de montar un dispositivo institucional, en medio de la tensión entre Memoria y Repetición, que encubre –dicho sea de paso- nuevas formas de relación entre arte y cultura.
El próximo 18 de noviembre será inaugurada en otra exposición, en el edificio de Transmisión. El eje de esta exposición es Gonzalo Muñoz, joven asesinado en este lugar, en 1985, en el curso de una riña provocada como castigo encubierto, para sancionar la realización de una huelga de hambre de los presos políticos que había en ese entonces. Todas estas acciones hacen efectiva una política austera y pulcra de la conmemoración y de la rememoración, poniendo de manifiesto la problemática relación que se establece entre testimonio y documento.
El seminario es un lugar de elaboración y de crítica. Es en las referencias a las obras de Claude Lanzmann, Alain Resnais, Jean-Luc Godard, que resulta inevitable pensar que si el cine muestra la historia, incluso aquella que no se ve, solo lo hace en la medida en que sabe montarla. Es el saber del montaje, el montaje como saber, lo que está –metodológicamente- en juego. Esto ya solo justifica la decisión de visionar, en el seminario, Shoah, el viernes 5 de octubre.
Solo para cerrar esta nota, me permito hacer mención a un fragmento de El sitio de la mirada. Secretos de la imagen y silencios del arte (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2001), de Eduardo Gruner:
“El arte del siglo XX es, ante todo, un campo de batalla y un experimento antropológico. En él se juega el combate por las representaciones del mundo y del sujeto, de la Imagen y de la Palabra. Ese combate no podría dejar de ser político, no en el sentido estrecho de la explícita tematización propagandística de los político por el arte –lo cual casi siempre lo ha conducido a la más mediocre banalidad-, sino en el sentido más amplio, pero también más profundo, de un cuestionamiento de los vínculos del sujeto con la polis, es decir, con su lengua y su cultura”.
Por
Justo Pastor Mellado